¡Cuánto pesa la Misa cuando se vive con amargura!, alerta sacerdote mexicano

CIUDAD DE MÉXICO, 10 Jun. 16 (ACI).- En el marco del II Congreso Eucarístico Arquidiocesano (IICEA) en Ciudad de México, el P. Alberto Anguiano García abrió la jornada del 8 de junio con la ponencia “Eucaristía, Ofrenda de Amor: alegría y vida de la familia y del mundo” en la que reflexionó sobre la parábola del Hijo Pródigo.

El sacerdote explicó que el hijo que se queda en la casa del Padre no sabe bien por qué lo hace ni por qué es obediente y desganado. “Se ignora que el sabor de la vida no solo radica en los quehaceres, sino también en la capacidad interior de disfrutarlos”, resaltó.

En su opinión, “lo mismo sucede en la Misa, que no es asumida por muchos como una obligación: de lejos oímos la música y las lecturas; es decir, que no entramos de lleno en la celebración. ¡Cuánto pesa la Misa cuando se vive con los dientes apretados y un sabor de amargura en el paladar!”

El P. Anguiano explicó que es importante reeducar la manera de desear y gozar: “estamos confundiendo el gusto con la felicidad, cuando son cosas diferentes: la felicidad no está en el gusto, sino en nuestra capacidad de saborear el alimento. Así, cuando vayamos a Misa, no hagamos de nuestras celebraciones las de un difunto, sino que vivamos al ritmo de la música del Padre, que está hecha de su amor, su alegría y su misericordia”.

En la parábola, prosiguió, también está la figura del Padre que busca a sus hijos y cuando los encuentra “hace fiesta (…) los abraza alegre y misericordioso”.

“Si nosotros no experimentamos la experiencia de este Padre que viene e nuestro encuentro y nos ruega participar en su fiesta, sentiremos a este Padre como un simple patrón, y no tendremos la capacidad para poder participar de su alegría”, concluyó.

Alegría y Eucaristía

Por su parte, el P. Ramón García Reynoso reflexionó sobre el estrecho vínculo que existe entre la alegría y la Eucaristía, y meditó sobre la importancia de anunciar el Evangelio teniendo en cuenta este importante nexo.

Según informa el Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (SIAME), el sacerdote cuestionó “¿cómo puede proclamarse alegre la noticia de un hombre muerto de manera horrenda y clavado a una Cruz?”

Eso es posible, explicó, por “el hecho de que el Padre, al resucitarlo, cambió el corazón de los primeros creyentes, los llenó de alegría, no de una alegría pasajera, sino de una capaz de florecer incluso en la muerte”.

“Jesús –continuó el sacerdote– es el mensajero de la alegría, en cada palabra, en cada gesto, en cada signo. Redescubramos nosotros, en sus enseñanzas, la capacidad de admirarnos unos a otros como seres humanos, como parte de la creación, como parte del gran cosmos”.

“Gracias, Jesús, porque todo lo que haces en cada Misa es para decirnos que nos amas sin límite. Tu alegría es más grande que nuestras tristezas y caídas; tu amor hasta el extremo lo disculpa todo, tu amor hasta el extremo cree profundamente en nosotros”, resaltó.

El sacerdote dijo luego que “la Eucaristía es un kairós; es decir, un tiempo de Dios, un tiempo que no podemos medir con el reloj; es Jesucristo, un acontecimiento presente en nuestras vidas, es Dios presente en nuestra historia, en nuestro tiempo, en cada rincón del cosmos. A menudo nos preguntamos qué es la alegría, cuando lo que tenemos que preguntarnos es quién es la alegría”.

De otro lado y al dictar la cuarta ponencia del simposio teológico del II Congreso Eucarístico Arquidiocesano, cuyo título fue: “Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía”, el P. Antonio Camacho aseguró que “quien ha encontrado a Cristo no puede guardárselo para sí mismo, sino que tiene el deber y la responsabilidad de compartirlo”.

“La fe no debe estar limitada a lo personal y quedarse dentro de los individuos, sino que debe llegar a más personas, a todas las que sea posible”, precisó.

Mons. Andrés Vargas Peña, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, durante la Santa Misa celebrada en la Basílica de Guadalupe, dijo que “solo desde Cristo podemos descubrir la verdadera grandeza de la vida, porque los criterios humanos no tienen la grandeza que Él nos da, y es que cuando medimos en referencia a Jesucristo toman todas las cosas su verdadera dimensión”.

“La Eucaristía da plenitud a la vida, y la alianza entre Dios y nosotros nunca se rompe porque Cristo, con su muerte en cruz, rompió el muro que nos separaba de Dios. En la Eucaristía se sella la unión entre Dios y nosotros”, precisó.

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— ACI Prensa (@aciprensa) 8 de junio de 2016

 

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